“…Un Papa renuncia, Estados Unidos tiene un presidente negro, las mujeres manejan las instituciones económicas del mundo, las familias cada vez tienen menos hijos, Europa se torna musulmana, China asciende en poder y riqueza y en India está el futuro de la humanidad…”, estas palabras que fácilmente sonarían apocalípticas para muchos, simplemente son la realidad de hoy.
Estamos en un nuevo mundo, donde las instituciones que conocíamos ya no son las mismas, la definición de poder ha mutado y el ejercicio de la ciudadanía se hace desde un teléfono móvil; el libre mercado ya no es simplemente “el dejar hacer”, sino que incluye el “hasta donde dejar hacer”, la democracia se ufana de triunfos en todo el mundo con abstenciones del 60%, y los católicos se siguen diciendo creyentes sin ir a misa.
Es claro que el relativismo se ha tomado el mundo causando una fuerte anemia en las instituciones tradicionales, mientras nuevas formas surgen y fluyen en un mundo donde no se quiere el orden tradicional, sino la capacidad de comprender el movimiento de los individuos. Los ideales quedaron en el milenio pasado, las segregaciones se transforman en identidades poderosas y lentamente las minorías cooptan las democracias bajo la premisa ser iguales a las mayorías.
Esto se amplifica con el internet y los medios de comunicación, causando que el cambio cultural al reconocimiento del individuo sea veloz, y las concepciones de sociedad que conocemos se desdibujen como costo de la libertad de las personas. Quizá esto nos lleve a una anarquía sin violencia, sin fuerza, sin sentido, porque simplemente serán las personas buscando su propio bienestar y no tras de un bien común en contra de un establecimiento opresor, porque éste simplemente sigue firme y sólido, pero más inútil y aislado que nunca.
La nueva sociedad que surge se comienza a dibujar casi como la negación de la anterior, quizá por su agotamiento o simplemente como una venganza colectiva a la arrogancia de saberes equivocados; la libertad ya no se refiere al fin de la opresión, sino a la necesidad de poder hacer lo que se quiera, sin importar incluso la libertad del otro.
Este nuevo mundo que comienza a dibujarse, está lejos de ser apocalíptico o negativo – como quizá algunos interpreten mis palabras -, por el contrario es la consolidación de un sueño colectivo que estaba atrapado en los discursos de ley y orden, que afirmaban la necesidad de las rigideces para tener una mejor vida. El mundo ha cambiado, es momento de adaptarse a la responsabilidad de la libertad.
Colombianada: El costo de ser libre, es que escogemos en qué cosas perdemos nuestra libertad.
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