viernes, 17 de octubre de 2014

SIN ABSOLUTOS, Mi columna para El Nuevo Siglo

Malcon Gladwell decía en TED que una de las grandes cosas que nos dejó el siglo XX fue el fin de los absolutismos, y que esto se refleja en pasar de la física newtoniana a la teoría de cuerdas, donde todo es relativo.

Esto se evidencia en nuestra cotidianidad diariamente, llevando a que muchas creencias e instituciones estén decayendo por este relativismo conceptual, que algunos llaman anemia moral, ya que deja atrás las versiones idealistas de las creencias e imaginarios para dar paso a una posición más ética, que reflexiona sobre las verdades absolutas impuestas y adapta los comportamientos a lo correcto de cada momento; es decir que no estamos hablando de un relativismo moral, sino de una  moral dinámica, jalonada por una ética evolutiva y adaptativa.

Dos buenos ejemplos para comprender esto son los tatuajes y el matrimonio. Los tatuajes son expresiones culturales ancestrales, que por algún motivo se encasillaron en el siglo XX como sinónimos de violencia, criminalidad, prostitución y pecado, y hoy en día son muy frecuentes, y no tienen mas acepción que un gusto estético, inclusive en Japón, donde fue un claro símbolo de la Yakuza; ha pasado de ser un símbolo antisocial a un elemento común, que tiene la posibilidad de ser removido cuando se considere necesario, y en este punto tiene una enorme similitud con el matrimonio.

El matrimonio ya no es un rito religioso, ni mucho menos una institución inflexible de por vida: es un acuerdo de vida entre dos personas, que es susceptible de acabarse si es necesario; y esto no elimina su vocación sino que la hace más fuerte, ya que existe una nueva condición en el acuerdo, que permite asumir las consecuencias de los actos y de los cambios.

Estos preceptos no son ni buenos ni malos, simplemente son el espejo de la dinámica cultural, la mutación de las instituciones, la transformación de la moral y la redefinición constante de la ética, en un entorno social que parece desbocado, pero se debe a que en el siglo pasado los cambios eran prohibidos; hoy las mujeres manejan las instituciones económicas mundiales, un afrodescendiente es Presidente de los Estados Unidos y un Papa puede renunciar, cosas impensables hace unos 30 años.

El siglo XXI será un amanecer del esplendor de la moral y la ética kantiana, bajo la premisa del cambio continuo, el fin de los juicios de valor a priori y el reconocimiento (no el acuerdo) de las diferencias, y en este entorno debemos formar a los nuevos ciudadanos y para eso no nos queda otra opción que dar un paso delante de nuestra forma de ver mundo, o de lo contrario estaremos atrapados por nuestro pasado negándonos el futuro.

Colombianada: Pensar que lo pasado es mejor, es pensar que hemos sido mediocres por mucho tiempo.

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