sábado, 7 de marzo de 2015

MURIENDO Y MATANDO, Columna para El Nuevo Siglo

Todos los días matamos y morimos un poco. Tenemos un serio problema con la muerte, quizá no la respetamos suficiente o simplemente no valoramos la vida, como consecuencia de ser una sociedad que siempre ha delegado sus responsabilidades y soluciones a otros. Esto se ha profundizado en nuestra cotidianidad al punto que el lenguaje que usamos a diario dice mucho de esto, y por esto he querido escribir esta reflexión.

“Si lo veo lo mato”, “está que mata a alguien”, “si me coge, me mata”, “nos van a matar por llegar tarde”, y frases similares a estas que nos salen tan fácil como decir “Dios proveerá”, “por Dios”, o “Dios no quiera”, lo que puede significar que creemos tanto en la muerte como en Dios, y que es tan importante en nuestra vida como la idea de la divinidad. Esto puede ser un buen punto de partida para comprendernos.

Estamos llenos de ira, que parece nacer de una enorme lista de frustraciones, a las que simplemente reaccionamos con violencia, porque no tenemos la capacidad de afrontar las situaciones de manera verbal y mucho menos prudente. Si alguien “cierra” a otro manejando, se desata una increíble guerra de egos que en muchos casos pasa por la violencia de lenguaje hasta la física, porque simplemente uno pasó a otro de mala manera. Esto no tiene sentido y es momento que pensemos que un buen primer paso es dejar de matar personas en nuestra mente cada vez que decimos “estoy que lo mato” y dejar de pensar que alguien nos va a matar cuando pensamos “me van a matar”.

Parece simple y obvio, pero hasta los que han dejado de creer en Dios de manera racional, en muchos momentos dicen o piensan “Dios no quiera”, porque las cargas culturales son como el idioma o la nacionalidad: las podemos cambiar pero siempre quedará un acento.

Respetar la vida es respetar la muerte, y al dejar de matar y morir con el lenguaje, nos alejaremos de la posibilidad de matar y ser asesinados, porque simplemente las palabras tienen poder y cada vez que decimos algo, lo escuchamos y nos programamos de esa manera. Por eso, “matemos” la palabra “matar” de nuestro lenguaje, siendo el último asesinato verbal que hagamos.

Colombianada: Me muero de la pena por decirlo, pero los mato si no van a la marcha por la vida de mañana (sarcasmo de nuestra idiosincrasia de lenguaje).

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