sábado, 11 de mayo de 2013

¡AH, LAS MAMÁS!, Columna para El Nuevo Siglo


La verdad es que no me acuerdo de lo más bello de mi mamá. Mientras pienso que regalarle este fin de semana, más por el deber cultural y la fuerza comercial del día de la madre, no logro que en mi memoria pasen las imágenes de los primeros años de mi vida, cuando ella simplemente dio todo por mí.

Quiero poder revivir el calor de su pecho, sus cantos, sus caricias, sus palabras educadoras y su sonrisa de enamorada. Quiero por un momento volver a ser ese bebé que le lloraba porque se iba, porque no la sentía, porque no la veía.

¿A dónde fueron esos momentos, esas miradas, esos olores, esas carcajadas?, gracias esos primeros momentos de mi vida aprendí a reír, a comer, a llorar, el pálpito de su corazón, y hoy comprendo que lo primero que aprendí de ella fue el arte de amar.

Obviamente mi mamá me ama, pero nunca como me amó en esos momentos; es como el enamoramiento del comienzo de una relación, donde aparecen miradas que nunca se vuelven a repetir, sonrisas que se dibujan inocente e incontrolablemente en el rostro, y una entrega infinita.

Hoy miro con nostalgia a mi madre, llena de canas y feliz por sus hijos y nietos, y cuando los recuerdos de ella vienen a mí, ocurren el colegio, en la casa, en la finca; algunas veces no reímos, en otros discutimos, pero nunca vienen a mi mente esos primeros recuerdos que nos unieron por siempre.

Esos momentos los vi en las caras de mis hijos mientras miraban a mi esposa, y hoy comprendo que esos primeros meses en que no sabemos hablar, son como un mundo de secretos de emociones, expresiones y caricias que solo entienden las mamas y sus bebes, y equivocadamente dejamos atrás.

Por eso quiero decirle a mi mamá, lo quizá muchos quieren decir: gracias mamá, por enseñarme a amar, a reír espontáneamente, a valorar la ausencia temporal de quien se ama, a gozar con su retorno, a tener paciencia, a perdonar, a equivocarme, a comprender el valor de la caricia y el lenguaje de la piel, a arruncharme con alguien, y sobre todo por enseñarme a poder mirar a los ojos de alguien y saber si está enamorado de mí. Todo eso me lo enseño mi mamá, y por más que no me acuerde del momento, estará siempre en mí, pero yo sé porque siempre has guardado ese mechón de pelo que me quitaste cuando era bebe.

Colombianada: lo bello de haber aprendido todo eso es que como buen colombiano puedo ser una madre si quiero serlo.

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