miércoles, 13 de noviembre de 2013

FILOSOFANDO EL CONSUMISMO, Columna para Portafolio.co

Mucho se dice contra el consumismo, y de una u otra manera parece que es fácil culparlo de los males sociales presentes; pero la verdad es que poco se ha ahondado en su significado, origen y consecuencias. Quizá por es fácil tener a quien culpar o simplemente por ser un tema socialmente ostracizado debido a que los escritores de las ciencias sociales se han dejado caer en el macartismo conceptual del capitalismo frente al socialismo desde hace un siglo.

Nada per se es malo, y mucho menos si no conocemos su origen. Autores que van desde Peter Stearns (Consumerism in World History) hasta Zigmon Bauman (Life of Consumption) han caído en la trampa de escribir sobre el tema analizando su impacto negativo en la sociedad o bien como la gran transformación sociocultural de los últimos 200 años, que según ellos han llevado a la humanidad a lugares de no retorno.

Esta posición es desafortunada y equivocada. El error comienza en sí mismo por el término “consumismo”, porque en si no refleja nada. Cuando un verbo (consumir) se lleva a su sustantivo, volviéndolo activo, simplemente se le causa una denotación peyorativa bajo la premisa que ser un acto sustantivo innecesario, como el capitalismo o el mismo comunismo.

La palabra consumo es absolutamente compleja y rica a la vez, y la hemos destruido como ya lo hicimos con las palabras como económico (donde consideramos que es barato, cuando algo económico realmente es lo más justo). Consumir significa gastar, destruir, eliminar, pero también tomar, alimentar, utilizar, y su desafortunada acepción de debilitamiento; al final es un verbo que explica que podemos hacer algo con las cosas en pos de un objetivo definido. 

Consumir es usar y en algunos casos agotar, pero no es acumular, que es el desafortunado sentido que le han dado al usarlo como término anticapitalista que culpa de la diferencia de clases, el calentamiento global y la mala distribución del ingreso; por eso creo que es necesario conceptuar desde lo básico este término y ponerlo en el lugar que le corresponde.

Es necesario decir lo obvio: consumir no es comprar, y consumir mucho no es malo, por el contrario es necesario. El consumo es el conducto de la satisfacción de las necesidades, y si no consumiéramos simplemente nuestra calidad de vida sería seriamente limitada.

Lo que comúnmente ocurre es que se distorsionan dos ideas: que tenemos más cosas de las que necesitas, porque compramos más de lo que deberíamos.  Ambas nociones son equivocadas, debido a que realmente no compramos de más ni mucho menos tenemos más cosas que las que necesitamos, porque compramos y tenemos lo que queremos, donde sin duda el gran problema radica que no usamos lo que tenemos, en buena medida debido a que olvidamos que tenemos el producto y a la obsolescencia del mismo mayormente, que es el tema fundamental de este debate.

La idea de tener más cosas que las que necesitamos claramente surge de pensamientos de escases, propios de autores que vivieron en postguerra y consideran que se pueden hacer solucionar las mismas necesidades con menos objetos, pero no consideran que se solucionan de maneras diferentes y con distintos niveles de satisfacción: es claro al considerar como solucionan  la necesidad de comunicación un teléfono fijo y un celular.

También se aduce que hemos creado un sistema económico que produce cada día más productos para que los compremos así no los necesitemos y que continuamente nos crean más necesidades; otra serie de afirmaciones desafortunadas y equivocadas. Es fácil defender el sistema de producción continuo desde la generación del empleo y sin duda es una gran razón para seguir produciendo; más si se considera la voluntad del ser humano, su ingenio y capacidad de creación, fácilmente se comprenderá que estamos en la búsqueda constante de satisfacer de manera más eficiente las necesidades que tenemos, y por eso la innovación ha permitido que se satisfagan mejor, causando el fenómeno de obsolecencia que en vez de ser considerado como negativo, debe ser comprendido como el resultado de la capacidad humana de mejorar; lo que nos lleva a un concepto muy simple y que ha sido olvidado: como bien lo planteó Maslow, las necesidades no se crean, se satisfacen.

Quizá la palabra adecuada para el debate sería “comprismo” pero en algún momento caería en los mismos pecados del falso debate, que a veces sólo se escuda en el hecho del gasto en recursos naturales para la fabricación de productos, sin darse cuenta que gracias a muchas líneas de producción nuestra calidad de aire es inclusive mejor; no con esto quiero decir que no estemos contaminando ni derrochando recursos, pero si quiero mostrar que cada vez la producción es más eficiente, gracias a nuestra propia capacidad de ponernos normas.

La verdad es que mientras tengamos necesidades habrá consumismo, y mientras haya seres humanos creativos habrá mejores soluciones, por esto es increíble que hayamos caído en un debate sobre las necesidades humanas, considerándonos mediocres al no poder crear mejores soluciones, e idiotas por no aprovechar estas nuevas oportunidades.

Comprendo el origen del debate y más la torpeza del mismo: hay que criticar el sistema porque causa fuertes dinámicas en la redefinición de las cosas y esto no permite que todos puedan seguir el mismo ritmo, pero gracias a estos cambios lo que hoy llamamos pobreza es mucho menos dramático que la del siglo XIX y anteriores. Bienvenido el consumismo, la creatividad humana y la búsqueda por mejores satisfacciones.

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