martes, 25 de marzo de 2014

LA CANCILLER, Columna para Portafolio

Santos no acogió la recomendación del CIDH de las medidas cautelares sobre el caso Petro, y se volvió a encender el debate sobre el rol de las instituciones internacionales y su influencia en Colombia, debido a que históricamente teníamos la tradición de cumplir sus mandatos y porque existen algunos argumentos legales que exigen su cumplimiento.

No es fácil conectar el fallo de La Haya sobre el mar territorial y la solicitud de medidas cautelares, más tienen tres cosas en común: riñen contra nuestra constitución, el país de una u otra manera no les dio cumplimiento y nuestra canciller dio una explicación técnica en ambos casos, la primera la imposibilidad de cumplir el fallo y el no tener la necesidad de acoger la recomendación de la CIDH por no ser parte del Acuerdo de San José.

Lentamente nuestra canciller deja ver una realidad más palpable: Colombia comienza a dejar atrás su “tradición” de acoger las medidas internacionales como verdad absoluta si estas riñen con nuestra Constitución; esta tradición parece tener origen en el temor que le teníamos a las instancias internacionales y a ese sentimiento de inferioridad que teníamos y la vocación a aceptar cualquier cosa que nos dijeran, pero es claro que esto está cambiando.

El avance económico y social del país en los últimos 23 años ha sido enorme, y esto cambió nuestra posición política en el mundo, poniéndonos como líderes en la región y punto de referencia en el mundo entero. Esto ha causado transformaciones y descubrimos que una de ellas es la consolidación y defensa de nuestra legitimidad e independencia jurídica, que no permite la intervención de cortes internacionales que riñan con nuestro marco jurídico.

Quizá es la canciller quién ha liderado este cambio, porque debió hacerlo, por convicción o ambas, pero es claro que en todos los escenarios ha estado presente, como en la ONU, Venezuela, NOAL y hasta la CAF, comprendió que está pasando en el mundo y como Colombia es cada vez menos un peón.

Así, la tradición de cumplir lo que una corte internacional exprese está desapareciendo, poniendo la palabra en una acepción incomoda, donde tradición no significa costumbre sino antiguo, desactualizado y equivocado. Esta tradición en muchos casos incumplió nuestro marco jurídico por el temor a las sanciones o “el qué dirán”, rompiendo nuestro ordenamiento jurídico al punto de  perder mar territorial con Nicaragua. Colombia ahora piensa mucho más antes de firmar un tratado internacional por “el deber ser”, y comienza a comprender porque grandes potencia no son firmantes.

Es claro que el orden mundial esta revisión, y la “crimeización” del entorno internacional pone en revisión muchas de estas instituciones que ven impávidas como sus normas escritas desde un deber ser homogéneo global idealizado, no sólo son impracticables sino carentes de sentido por desconocer la heterogeneidad de la humanidad.

Colombia ha entrado al verdadero juego internacional, mostrando que puede acatar o no un fallo internacional sin temor a las represalias o las costumbres jurídicas de togas oscuras y pelucas blancas. El país comienza a comprender que es momento de defenderse y no dejarse doblegar por imposiciones mundiales. La canciller abrió la puerta al cambio y la reflexión, simplemente debemos creer que somos mucho más que una colonia en la jerarquía mundial.

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